En tiempos en que la inteligencia artificial transforma la gestión empresarial y los algoritmos parecen ocupar el lugar de la deliberación humana, surge una pregunta de fondo: ¿qué significa hoy dirigir?
La dirección empresarial ha sido tradicionalmente entendida como una práctica técnica: planificar, organizar, controlar. Pero la historia del management humanista nos recuerda que dirigir es un acto humano antes que una función técnica. Dirigir es deliberar sobre fines, decidir con prudencia y actuar con responsabilidad.
Carlos Llano, uno de los grandes pensadores del management iberoamericano, lo expresó con claridad: “La dirección no consiste en hacer cosas, sino en hacer personas que hagan cosas”. En esa frase se resume una concepción filosófica de la acción directiva: la empresa no es una máquina de resultados, sino una comunidad de personas orientada a un bien compartido.
La herencia humanista del management
Las escuelas de negocios de inspiración humanista —de las que Barna es heredera— nacieron con la convicción de que la dirección no podía reducirse a un saber instrumental. Siguiendo la línea de pensadores como Carlos Llano, Juan Antonio Pérez López y Rafael Alvira, se configuró una tradición filosófica del liderazgo que combina ciencia, ética y antropología. Llano nos enseñó que la acción directiva es un acto moral que exige discernimiento, prudencia (phronesis) y servicio. Pérez López desarrolló una teoría de la acción en la que el aprendizaje moral del directivo es tan importante como los resultados externos: toda decisión afecta no solo lo que la empresa logra, sino lo que las personas llegan a ser. Rafael Alvira subrayó la dimensión comunitaria de la empresa, entendida como un espacio de cooperación libre orientado a un bien que supera el interés individual.
Esta tradición humanista no es nostalgia: es una fuente viva de renovación para un mundo directivo que corre el riesgo de perder de vista al sujeto. Hoy más que nunca necesitamos volver a las preguntas fundamentales: ¿quién es el directivo?, ¿qué es la acción?, ¿a qué está llamada la empresa?
Antropología, ética y filosofía política: tres pilares para repensar la dirección
La formación de directivos con solidez humanista no puede improvisarse. Requiere fundamentos. Tres disciplinas filosóficas resultan especialmente fecundas para este propósito:
- Antropología filosófica: Porque toda dirección parte de una cierta idea del ser humano. ¿Es la persona un recurso o un fin? ¿Un agente racional o un ser relacional? La antropología filosófica permite comprender al directivo como persona que actúa libremente, capaz de autodominio, de sentido moral y de apertura a los demás. Sin esta comprensión, la dirección se reduce a manipulación o ingeniería social.
- Ética: Porque dirigir implica elegir entre bienes posibles, y toda elección humana tiene consecuencias morales. La ética ofrece un marco para discernir no solo lo que conviene, sino lo que es justo. En el contexto de la inteligencia artificial, donde las decisiones se automatizan, el juicio ético se convierte en el último reducto de la responsabilidad humana.
- Filosofía política: Porque las organizaciones son formas de gobierno. Toda empresa, desde una pyme hasta una corporación global, necesita pensar sus estructuras de poder, su legitimidad y su orientación al bien común. La filosofía política ofrece el lenguaje y los criterios para abordar con rigor los temas de gobierno corporativo, autoridad, deliberación y justicia organizativa.
Estas tres disciplinas no sustituyen al management, sino que lo enraízan en la realidad más profunda de la acción humana. Sin ellas, el liderazgo se vuelve ciego; con ellas, se convierte en una verdadera forma de sabiduría práctica.
El redescubrimiento del humanismo en la empresa no es un lujo moral, sino una necesidad estratégica. Las organizaciones no pueden sostenerse solo sobre indicadores y algoritmos: necesitan líderes capaces de comprender el sentido de su acción y de gobernar con prudencia.
El directivo, como persona, es siempre más que un rol. Es alguien que decide, aprende y crece a través de su acción. Por eso, como afirmaba Pérez López, “la empresa es escuela de humanidad”: un lugar donde la libertad se ejercita y la responsabilidad se pone a prueba. Recuperar esta visión significa devolver a la dirección su dignidad intelectual y moral. Significa comprender que la eficacia sin justicia es inhumana, y que el liderazgo sin reflexión se convierte en dominio.
Una invitación abierta
Por todo ello, sería deseable institucionalizar la reflexión filosófica sobre la acción directiva. No se trata de añadir un curso de ética o una asignatura optativa, sino de crear un espacio académico estable, que integre de forma rigurosa la antropología, la ética y la filosofía política en el corazón del pensamiento empresarial. Un espacio así permitiría articular teóricamente lo que muchas instituciones practican de manera intuitiva: un liderazgo con alma, una gestión con sentido. Sería, además, una forma de hacer visible la identidad humanista de aquellas escuelas que quieren posicionarse con profundidad y coherencia frente a un entorno cada vez más tecnocrático. Un acto de innovación intelectual. En una época saturada de datos y modelos, ofrecer pensamiento con fundamento sería el mayor signo de originalidad.
Las escuelas de negocios nacieron para enseñar a dirigir mejor. Hoy, su desafío es más hondo: enseñar a comprender qué significa dirigir. La inteligencia artificial nos obliga a revisar qué rasgos siguen siendo irremplazablemente humanos. Y quizás la respuesta esté ahí donde comenzó todo: en la capacidad de pensar, de deliberar, de elegir el bien. No hay liderazgo sostenible sin filosofía; no hay gobierno corporativo justo sin ética; no hay dirección verdaderamente humana sin una antropología que le dé fundamento. En la nueva economía digital, pensar vuelve a ser una ventaja competitiva. Y quizá la tarea más urgente para nuestras instituciones sea, sencillamente, volver a pensar la acción directiva. Porque dirigir, en última instancia, no es solo lograr resultados, sino comprender el sentido de la acción humana y orientarla al bien común. Y eso, en cualquier época —con o sin inteligencia artificial— sigue siendo la tarea más alta y más humana de un directivo.