Víctor Henry, PhD
Director Académico de Licenciaturas @ Barna Management School | PhD in Educational Leadership
17 de julio de 2025
La innovación no nace en un laboratorio ni en una sala de juntas. Comienza en la mente de las personas que tienen las competencias necesarias para imaginar lo posible y hacerlo realidad.
En un mundo definido por la velocidad del cambio, las competencias que formamos en nuestras personas marcan la diferencia entre adaptarse o liderar. Hoy más que nunca, hablar de innovación es hablar de talento humano con capacidad para aprender, colaborar, resolver problemas complejos y actuar con visión transformadora.
Las empresas más competitivas lo saben. Buscan profesionales capaces de navegar la incertidumbre, adoptar nuevas tecnologías y, sobre todo, generar soluciones sostenibles. Y aunque los avances tecnológicos son esenciales, son las competencias humanas —creatividad, pensamiento crítico, liderazgo colaborativo, flexibilidad cognitiva— las que realmente impulsan el cambio.
¿Qué tienen en común los equipos que logran innovar de forma continua? Un conjunto bien entrenado de competencias técnicas, cognitivas, interpersonales y organizacionales. Desde el dominio de tecnologías emergentes hasta la capacidad de liderar equipos diversos, estas habilidades son hoy el nuevo capital estratégico.
- Las competencias técnicas permiten convertir el conocimiento en soluciones: análisis de datos, diseño, programación, manejo de metodologías ágiles.
- Las competencias cognitivas —como la resolución de problemas o el pensamiento creativo— habilitan la adaptación y la visión estratégica.
- Las interpersonales y de liderazgo son esenciales para movilizar personas, conectar ideas y fomentar culturas de innovación.
- Y las organizacionales, como la gestión del cambio y la toma de decisiones basadas en evidencia, son el puente que conecta visión y ejecución.
Este no es un discurso idealista. Se trata de una tendencia global, respaldada por investigaciones y experiencias exitosas en múltiples sectores. La creatividad, por ejemplo, ya no es patrimonio exclusivo de artistas o diseñadores; es una habilidad esencial en todas las industrias. Lo mismo ocurre con el pensamiento crítico, la inteligencia emocional o el trabajo interdisciplinario.
Pero más allá del lenguaje técnico, estas competencias deben entenderse como habilidades para transformar la realidad. Una persona capaz de colaborar, analizar, proponer y liderar el cambio es, sin duda, una persona innovadora, sin importar su cargo o sector.
Por eso, tanto empresas como instituciones educativas tienen una oportunidad invaluable: diseñar entornos de formación y trabajo que activen y fortalezcan estas competencias de manera continua. Desde el aprendizaje basado en retos, hasta las comunidades de práctica y el liderazgo distribuido, existen múltiples formas de convertir la innovación en cultura.
La pregunta no es si necesitamos formar estas competencias. La pregunta es: ¿qué podríamos lograr si todas las personas tuvieran la oportunidad de desarrollarlas plenamente?
La respuesta está en el futuro que queremos construir.