La tercera revolución industrial o digital inició su desarrollo en 1970, siendo las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) la base material de la sociedad de la información y del conocimiento. A medio siglo de haberse iniciado, es de esperar que la mayor parte de los negocios haya adoptado o permanezca a la vanguardia de tecnologías digitales, más aún, cuando estas permiten una mayor competitividad y productividad (El-Haddadeh, 2020), así como coadyuvar en los procesos de innovación (Scuotto, 2017). 

Según el reciente estudio del Monitor Global de Emprendimiento 2021 (GEM, por sus siglas en inglés), dos de cada cinco empresas de la región Latinoamérica y Caribe establecidas manifestó tener intenciones en invertir en tecnología digital debido a la pandemia y, una de cada cinco ya contaba con la tecnología digital suficiente antes de la pandemia. Partiendo de estos resultados se podría pensar que la mayoría de las empresas de la región cuenta con los recursos necesarios para ser competitivas, productivas e innovadoras por haber adoptado o manifestar la intención de ingresar en el mundo digital. 

No obstante, el acceso a esta dimensión digital tan solo abre las puertas a un camino muy largo por recorrer para mejorar la competitividad y productividad. Por ejemplo, al cambiar el modelo de mercadeo tradicional por el digital o, mejor aún, uno híbrido, se despeja el panorama publicitario a un sin número de posibilidades de pauta en e-commerce y redes sociales; sin embargo, esto requiere de unas estrategias y actividades especiales que incluyen, entre otras, un estudio detallado del ecosistema digital para garantizar la eficiencia de la inversión y fortalecer el posicionamiento de la marca. 

Por otra parte, se hace necesario contar con un proceso de inteligencia de negocios o business intelligence con el fin de gestionar y analizar adecuadamente la Big Data. Así las cosas, subir iniciativas publicitarias a las redes podrá mejorar la visibilidad y posicionamiento de la marca, siempre y cuando se parta de una caracterización del usuario digital, de la competencia que pauta en las redes sociales, de los hábitos digitales de los actuales usuarios, de la segmentación y definición de quien compra, esto es, el o los arquetipos de clientes ideales de un servicio o producto, mejorando la competitividad de la marca y, por ende, de la empresa. Esto exige, a su vez, ciertas competencias del personal del área de mercadeo de la organización. Por su parte, la inteligencia de negocios logra administrar la información proveniente de medios digitales en función de garantizar una mejor productividad, pero también requiere colaboradores con habilidades especiales en organización, análisis y articulación de la data. 

En consecuencia, no basta con mejorar la tecnología digital en las empresas que logran acceder a esta, aspecto que aceleró la pandemia, sino encaminarla a mejorar la competitividad y productividad de los negocios y, preferiblemente, utilizarla en función de desarrollar soluciones innovadoras capaces de competir con empresas extranjeras del mismo sector facilitando la capacidad de exportación. Al respecto, los gobiernos de países líderes en innovación invierten en investigación y desarrollo más del 2% de su Producto Interno Bruto en este importante factor de éxito, facilitando así el acceso de las organizaciones a tecnología innovadora reduciendo la brecha tecnológica entre PYMES y grandes empresas, con el propósito de incentivar el ingreso a mercados internacionales y mejorar la balanza comercial. En tanto, los países de Latinoamérica y El Caribe invierten en promedio menos de la décima parte per-cápita frente a las economías europeas, explicando el continuo atraso en tecnología y su bajo nivel de exportaciones de productos de valor agregado. 

En términos prácticos, se hace posible mejorar el ecosistema empresarial por medio de la sinergia de sus dos actores: el empresario y su entorno. Por parte del empresario, mejorando las competencias digitales de sus equipos de trabajo, por ejemplo, implementando los agile teams soportados con el modelo scrum y, desde la arista del entorno, por ejemplo, por medio de iniciativas del gobierno central o municipal facilitando el acceso a la tecnología, tales como los Centros de la Cuarta Revolución Industrial (C4IR), quienes enfocan sus esfuerzos en impulsar emprendimientos asociados a proyectos tecnológicos que aportan a los Objetivos de Desarrollo Sostenible, donde se establecen importantes alianzas con instituciones y organismos internacionales que promueven el desarrollo de la tecnología, tales como el Foro Económico Mundial. 

No obstante, para lograr una adecuada participación en estos C4IR se necesita de una importante base de profesionales interesados y con las suficientes competencias, aspecto que se logra establecer por medio del desarrollo de un modelo educativo de educación inicial y secundaria que incluya la innovación como parte de su currículo. En este sentido, el GEM 2021 demostró que en los países de la región existen falencias en el fomento de la creatividad en estos niveles educativos. 

A manera de recapitulación, la región de Latinoamérica y El Caribe podrá optimizar su perspectiva digital encaminada a mejorar la competitividad, productividad e innovación de sus empresas, siempre y cuando los empresarios inviertan en tecnología digital y personal con competencias para administrarla adecuadamente, como también una inversión importante de los gobiernos en investigación y desarrollo que permita el acceso con garantía de inclusión a la tecnología y ajustar los modelos educativos para proveer de manera sostenida personal con competencias innovadoras.